martes, 26 de marzo de 2013

AQUELLOS... de las 1700s

En Ciudad Real hubo una docena de ellas. Como documento inédito (mi tío tenía muy buena memoria) tengo sus números y los nombres de los maquinistas y fogoneros asignados a ellas.

Mi padre llevó la 1733 y me hablaba delicias de ella.
Ahora, esa del vídeo que es la única que queda está chatarrosa total en el patio de Delicias.

Mora la Nova era el reducto más importante de las 1700s. Allí estuvieron destinados varias parejas de maquinistas de Ciudad Real con sus máquinas.

Yo llegué a verlas en vivo con expresos nocturnos pasar por la costa de Torredembarra en 1966 cuando trabajaba de camarero en un restaurante de gasolinera que estaba enfrente abierto las 24 horas.
De día, las recuerdo desde muy niño pasar por el ahora Camino Verde, aquí en Ciudad Real, cuado pasaba tardes de campo en una huerta que también estba enfrente; entonces llevaban cuarenta vagones J, lo recuerdo porque los contábamos pasar.
Aquí también hacían los viajeros de Madrid- Badajoz.
Tengo algo escrito sobre ellas que se publicó a doble página en el diario Lanza. Si te interesa te lo envío.

Con razón dicen que fue la reina de la MZA. Cuando hablaba con los viejos maquinistas y se nombraba a la 1700s siempre esbozaban una sonrisa.



AQUELLOS


Aquellos maquinistas del vapor tenían toda mi admiración. No por ello solamente quería yo tanto a mi tío, fue como mi segundo padre. Estuvo hospitalizado varias veces.
Y dice mi prima: "Como tú cuidaste tan bien a tu madre cuando estaba enferma pues cuida también ahora a mi padre".
Así, además de contar con la atención de sus hijos, por supuesto, tuvo de añadido mis cuidados. En estos casos todas las manos y buena intención siempre vienen bien para empujar hacia la salud. Yo estaba con él el mayor tiempo que me era posible.
Un día cuando después del trabajo llegaba al hospital, le dice una enfermera: "Ya viene aquí su hijo el bajito", a lo que mi tío contestó con todo orgullo: -"No es mi hijo, es mi sobrino, político", -"pues le cuida a usted como si fuera un hijo...". Orgulloso digo esto porque es uno de los "trofeos" si no el mayor que tengo en mi vida; una nominación, porque la entrega fue cuando oxigenándome sentado en un banco del jardín frente a mi casa, se me acercó un vecino para decirme el reconocimiento que de mi hacer se tenía en el hospital y que agradecía conocerme. Medalla tan grande como el pecho donde la llevo permanentemente colgada, aunque no se vea, por eso lo digo aquí, porque está, ¡qué coñ!.

Mi tío estaba enfermo de los bronquios, tosía y esputaba frecuentemente. Yo hablaba con él, de trenes, de su vida y milagros con aquellas máquinas, en aquellas vías, en aquel depósito de Ciudad Real de donde me nombraba a gente y anécdotas, de "Cá La Hermana" bodega y vinos además de vaquería y buen sitio de reunión que había en la Ronda frente al Paso a Nivel de La Fernanda, del bar Goya, del Noche y Día, de los maleteros de la estación, de La Quintina y su carro, de los ferroviarios de la calle Pozo Dulce, de los ferroviarios de otras calles y otros sitios, de Ciudad Real en general, de las máquinas y trabajos que hizo en Tarragona, de la línea a Badajoz, de cómo impedían el paso del vapor a las estaciones de Madrid....

Cuando llegaba el ataque de tos y esputeo, yo aprovechaba para perfilar los apuntes que a volapluma había ido tomando.

Tenía en la habitación otra cama con un enfermo que daba mucha lata, tanta y con tanta razón como para en un par de días irse al otro mundo, que en paz descanse.
Aquella tarde entró a la cama vacía un nuevo enfermo, por lo visto le había dado un infarto y se estaba recuperando; lo curioso es que este nuevo enfermo no era tan nuevo, porque procedía de otra habitación. Venía este buen hombre con un transistor en la mano que pegaba al oído como si le fuera un acompañante imprescindible; lo movía, lo miraba, se lo acercaba a la oreja, lo volvía a menear, a toquetear.... -"¡Nada, que no funciona!, le he cambiado las pilas, las pilas son nuevas...". Mi tío, tosía.
Lamentando aquel enfermo que su querido transistor no funcionara, le dije: -"Si quiere, déjeme el aparatito y se lo miro esta misma noche, si lo puedo arreglar, mañana se lo traigo". El hombre, sorprendido, extrañado y remiso, cedió a la proposición de este desconocido; al fin y al cabo no tenía mejor salida.
A la mañana siguiente el transistor iba sonando a la perfección. - ¿Cuánto le debo...?. El hombre quería pagarme el favor. Se lo volvió a acercar a la oreja para oír la radio sin molestar a nadie. Pasado un momento los tres en silencio, aquel hombre me dice: -" Yo fui de fogonero con "su" padre durante quince días, sustituyendo a Del Río que estuvo de baja".
Un jarro de agua hirviendo me cayó encima, me quedé más tieso que la mojama, mudo, los ojos como platos. ¿Pero qué es esto..., otro maquinista del vapor "caído del cielo"..., y agradecido conmigo...?.
Aquel hombre era ni más ni menos que D. Hipólito Martínez Prado, el último maquinista de las locomotoras de vapor.

Tras la hora de comer, cuando empezaban las visitas a los enfermos, día a día la habitación se fue llenando cada vez más de antiguos compañeros, maquinistas ferroviarios jubilados todos que se juntaron allí espontáneamente, unidos eso sí, por una causa común, la de haber compartido los mejores años de su vida fraguando un compañerismo infalible que ahora era necesario patentar. Allí estaban la flor y nata de los conductores de máquinas de vapor del depósito de Ciudad Real.



Aquellos visitantes cumplidores venían hablando de enfermedades: Que si a uno le habían operado de no sé qué cosa y creo que él tampoco lo sabía y a los demás no les importaba por la cara que ponían, que si otro tenía un flemón, otro que tenía un forúnculo cutáneo y no era en el sitio donde algunos se pensaban, el otro que si tenía una enfermedad incurable que se llamaba años y no tenía vuelta atrás sino “pies pa-lante”, otro” herniao”, otro la ciática, el de la verruga, que si lo peor es el “baile de San Vito”, que si la alopecia no se puede negar, que si la halitosis es más común de lo que parece, que si la tensión alta, otro que si come sin sal, el colesterol, los triglicéridos que si no sé lo que son, el del lumbago.... Todos tenían algo y parecían rivalizar en cuál lo tenía más importante.

Hablando de aquellas cosas, a los enfermos anfitriones, ni caso. Pero así que se percataron de que el sobrino de Gallego con un lápiz y papel en la mano estaba interesado en saber de las hazañas maquinistas, hazañas de las que ellos eran primeros y únicos protagonistas, la cosa cambió de tono, los comentarios tomaron otro rumbo, las enfermedades pasaron a un plano de fondo oscuro, el ambiente se hizo más respirable para los presentes a pesar del humo y la conversación algo más alegre en lo posible se fue adueñando de la situación creando un cierto halo de jocosidad particular.

Uno contaba una cosa, otro contaba otra, otro quería hablar pero no le dejaban, cuando no aguantaba más hablaban dos o más a la vez, entonces yo no me enteraba de nada, mi tío tosía, Hipólito callado agudizaba el oído a la radio, Luis García refiriéndose a las máquinas 1300s decía de vez en cuando: -"y la mil trescientas voladora...". Otro fumaba como una chimenea, otro reía de no sé qué, otro le acompañaba contagiado en la risa, otro sentado y con una garrota zancadilleaba a la enfermera que dicho por otra parte se echaban a chinas a ver quien era la guapa que entraba.



Una tarde pasó la jefa de enfermeras a protestar y la dio en regañar con quien consideró más débil achacándole que le había echado el humo o cualquier otra simpleza así; tras la regañina, cuando cerró de un portazo tras de sí, los demás increparon al regañado acusándole de cobardica que todo chiquitillo achantado y tembloroso asintió mirando hacia arriba cómo la enfermera más alta y corpulenta casi le pega, a lo que dijo él que -"joer… es que me ha echao una mirada que por poco me meo". Otro había colocado el termómetro en el radiador y cuando la encargada de anotar la temperatura vio que el mercurio había dado la vuelta se fue dando voces diciendo que se quejaría al director de lo que estaba pasando en esa habitación.

Los celadores se asomaban entreabriendo o entrecerrando la puerta según la encontraran, y para mí que no podían evitar oler aquel ambiente de jolgorio. Enfermos ambulantes de otras habitaciones paseaban en el pasillo cruzando con demasiada frecuencia por delante de la puerta mirando de reojo. Yo escribía y escuchaba, mi tío tosía o callaba, Hipólito oía y callaba, los demás reían o hablaban. Uno que si se lo pasaba bomba porque allí estaba mejor que en su casa dormitando ante la tele, otro que si también estaba allí mejor porque en su casa no le hacían caso y aquí alguien al menos le escuchaba….



Hablaban de la bonanza de tal máquina, de lo duras que eran aquellas otras, de los engrases, que si el carbón era malo, que si más malo era Carrazoni el italiano jefe de depósito que ocupó el cargo tras la Segunda Guerra Mundial y que luego heredó su hijo en el depósito de Alcázar de San Juan; yo tomaba notas a lo loco como a la buena de dios pues aquello no se podía corregir de otra forma (todavía sigo sin entender muchísimo de lo que escribí). Decían que las máquinas 1700s eran de lo mejorcito de la MZA, las fuertes 1800s, Luis García -"y la mil trescientas voladora..."; yo apuntaba, mi tío tosía, el otro oía; que si las 700 eran las más populares en Ciudad Real, que las Mikados eran excelentes, que si las 1100, la Confederación, que si las Montañas.... Luis García -"y la mil trescientas voladoras...". No me había percatado que cada vez que García salía con la repetitiva frase se hacía un breve silencio antes de volver de nuevo al tertulieo; aprovechando ese breve silencio de aquella última vez me dejo oír y ya le pregunto: -"¿Y por qué eran voladoras, porque corrían mucho?. -¡Noo...!, me contesta inmediato, -entonces serían corredoras, es porque tenían alas. La risión fue unánime, una carcajada común se debió oír hasta en los sótanos del hospital. Una hilaridad continua fue incontrolable. Uno mirando a un rincón quería disimular que se estaba tronchando sin poder evitar las convulsiones de tal afección, otro no lo ocultaba con risa abierta carcajadas rotundas, mi tío tosía y reía, Hipólito oía o hacía como que oía y reía, otro colorao de tanta risa no le daba tiempo a respirar, otro que por poco se atraganta abrió la ventana y esputó un gapo como todos los de mi tío juntos cayera donde cayera, otro enrojecido y sudando como un pollo no daba abasto para con el pañuelo ir secándose la frente, otro igual de acalorado intentaba darse aire moviendo en aspavientos las manos. Cuando se apaciguaba un poco las consecuencias del chiste saltaba Luis Mirón con su jiiiiiiiii… y ¡ala! otra vez a reír.

Todos lo sabían, me habían tendido la red y esperaban que cayera de un momento a otro, como así fue. A costa mía les tembló la barriga a todos proporcionándoles un saludable automasaje que tuvo su efecto. A la mañana siguiente mi tío Antonio Gallego y mi gran amigo Hipólito Martínez salían por su propio pié dados de alta por la puerta del hospital, más sanos que una pera.

Las máquinas de vapor llevaban ya veinte años apagadas pero de las almas que las movieron aquella fue su última historia.



Por MIGUEL RENTERO



Nota: En la seccion videos tren real pueden disfrutar de dos videos de esta locomotora titulado Nº22: LA REINA DE LA MZA. En www.fernandomunoz.com